domingo, 14 de junio de 2009

Das ist mir Ja Egal

Estaba el, observándose, el color de su piel, el juego de los tendones de los extensores en el dorso de su mano. Estaba ella ahí, mirándole sin entender el porqué no le hablaba.
Espero, espero y espero aun más, durante largos minutos, hasta que al fin fueron solo cinco, cuando él se paro y ella le pregunto:
“¿Eres Bartolino?”
El dijo que si, y le pregunto por si conocía a alguien de tal promoción, el ya era mayor, y no lo dejan entrar al colegio. El portero lo conocía, pero se acordó de aquella vez que no lo saludo, de su actitud irreverente, y decidió entregarlo a las garras de la burocracia de recepciones e identificaciones. Tales recuerdos le habían molestado, la conversación le incomodaba, más aun, ¿En serio era tan obvio que era Bartolino?
Ella solo dijo eso por decir, estaba falta de creatividad, era una persona muy tímida pero popular y no sabía de que mas hablar, además, en esa universidad terminaban todos los Bartolinos, pasaban con facilidad y respondían con calidad. Pudo haber dicho otra cosa, como si tenía un bolígrafo, pero eso la hubiera dejado en evidencia, en especial por que tenía uno morado atravesado en la moña como un palo de peinar chino.
Mirándola mas con detalle, no le pareció nada fea, solo un poco mal arreglada, lentes morados como los de Gina Parody, trigueña, sin pecas, pequeña y de pelo castaño largo. Entrando más en detalle, noto sus senos pequeños, como al le gustaban, una cola aceptable y una cintura un tanto sobresaliente, con piernas ya gruesas. Al saludarla noto la marcada curvatura de sus caderas, que se disimulaban en esa especie de bata liviana sin mangas que llevaba puesta como blusa.
Mirándolo con mayor detalle, le pareció más feo, vio cicatrices de varicela en sus mejillas, algo de caspa en las cejas y pequeñas imperfecciones en todos lados, aun no le podía quitar la mirada a sus ojos, pero se controlo, se estaba volviendo evidente, mucho muy evidente, así que cuando se cuenta que no le había soltado la mano después del saludo y que llevaban rato agarrados, se asusto y bruscamente la movió. El era muy torpe, y nunca entendía nada, no se percato del gesto. Ella siguió admirando, vio sus manos, grandes, enormes y morenas, se notaban los particularmente grandes tendones de los extensores, señales de descuido en las cutículas de sus dedos, y de pronto sin saber de dónde le dieron ganas de volverlas a coger, de sentirse abrazada y asfixiada. El era muy torpe y no se dio cuenta que le querían tomar la mano otra vez.
Así empezaron, una conversación vacía, encuentros casuales, intercambio de messenger y celulares, un café, un almuerzo, una cena, y una propuesta indecente. Les paso un año en las mismas, y la monotonía los mataba. Café, pelea, beso, café, almuerzo, beso, ¿sexo?, y aquí si hubo sexo o no podía haber otro beso o otra pelea. La rutina los agobiaba, pero que se le iba a hacer, era mejor que estar solo, al menos de tanto en tanto se divertían. Cuando a él, que siempre tenía la iniciativa, se le acaban las ideas, ella le proponía juegos, espacios para pensar y hablar, se iban caminando como locos errantes por la séptima, durante horas y horas, desde la 33 hasta la 140, donde se cansaban mucho y tomaban un bus a casa.
Un día se aburrió de caminar, querían jugar a crecer, a ser grandes, a vivir como los papas en una casita de plástico de medio metro con Huevos fritos ya hechos. Ella quiso jugar a otras cosas, el todavía no quería cambiar, pero ya la quería lo suficiente como para dejarla intentar. Jugaron a un juego que no se debería jugar, que se debería dejar en la infame historia como un recordatorio para la humanidad: querían saber el nombre del otro.
“¿Cómo te llamas” le preguntaba, él la ignoraba, le escapaba a tal pregunta, ella insistía sin poder hacer nada, así que recurrió a la última opción “Yo me llamo Nûs, es un nombre hebreo, mi abuelo era Judío, tengo 19 años y vivo en la caracas con 127, con mi hermano mayor, mi familia es de Cúcuta, estudio relaciones internacionales en la misma universidad que tu. Te amo”
“A mí no me importa, ni siquiera lo ultimo” el no quería pruebas de amor, no le interesaba ser correspondido, no le importaban tales cosas de la otra persona, pero entendía lo que ella quería.
“Te voy a dar algo más que mi hoja de vida” saco un revolver de juguete con fusiles falso que llevaba en el morral. “Estudio Medicina” explico cuando dejo caer un cráneo en la acera. “Voy a jugar a la ruleta rusa, es un arma falsa, pero piensa que es de verdad, y si se dispara, me muero, ¿vale?”
La idea era adivinar, como toda ruleta rusa, cuando iba a disparar, le tocaba a ella decidir cuándo se disparaba al aire y cuando a la cabeza.
Primer intento. Cabeza. No hay disparo. Correcto
Segundo Intento. Cabeza. No hay disparo. Correcto.
Sexto intento. Cabeza. No hay disparo. Incorrecto
El tiempo se congela, ella ve como su amor le sonríe cayendo muerto en una nube de polvo blanco. Se disponen entonces a jugar, el juega a que está muerto, ella juega a empieza a llorar porque lo va a tener que enterrar y no verlo jamás. Parecía bien real. La invade la desesperación, mientras él le dice con su último aliento: “Me llamo Esteban”. Ella entiende al fin y responde: “¡A MÍ NO ME IMPORTA!”

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